martes, 20 de abril de 2010

AIN’T NO GRAVE

Cuando me introdujeron en el coche patrulla a base de golpes desproporcionados y cobardes de seis o siete policías, supe al instante que hasta el aceite de oliva virgen había perdido su himen: me habían robado hasta el último de mis derechos y lo habían hecho, además, de esa manera que sólo provocan el hábito y la costumbre.

En esos momentos, Sra. Perdomo, si hubiera podido pedir un deseo al genio de la lámpara, le hubiese pedido estar preso en una celda de las que están prohibidas para los etarras y corruptos, con un camastro tristemente vigilado por una bacinilla de porcelana blanca de borde azul, con una mesita de noche válida también para el día y un poster de Greta Garbo, o Marylin, o Robert de Niro en Toro Salvaje. Sería un deseo que pediría por pura estética literaria para poderme acoger al título de Cartas desde mi celda, como Bécquer.

Pero sin entrometerme lo más mínimo en las conversaciones que proporciona la soledad y ahora que soy medianamente libre, escribo dejándome llevar por el ritmo de unas cadenas que se arrastran mientras Johnny Cash predica con su estremecedora voz, grave y solemne. Sí, escribo mientras escucho Ain’t No Grave, desarmado y con la sensación de medir 180 cm como mínimo.

Debe ser que no hay tumba que me pueda mantener bajo tierra.

No creo, Sra. Perdomo, que sea esta una hábil artimaña para esconder mi normal estatura, no baja. Me llega con saber que no llego al metro setenta para decir que mido metro sesenta y nueve sin importarme si es verdad o no, lo hago por cuestiones de belleza numérica y consciente de que la importancia de un centímetro más o menos en cuestiones de envergadura corporal no es directamente proporcional a la envergadura de nuestro pene.

La cuestión es que yo sentía cómo las lágrimas se convertían en mocos pegados a los barrotes de mi calabozo y se deslizaban con dificultad en misterioso zigzag hasta convertirse en charcos coagulados por el frío de la soledad injusta e impuesta y pestilentes por culpa del contacto con la orina de uno mismo: La verdad es que no respetaron ni uno de mis derechos, se pasaron por el orto la prohibición de torturar a un ciudadano bajo ningún concepto, me obligaron a declarar en mi contra, me trataron de manera ofensiva y abusaron de su investidura de servidores públicos. Es por eso que entiendo que Johnny les cantase a los presos haciéndoles saber que él era uno de ellos y me dejo llevar por los diez cortes que contiene el último disco póstumo de Johnny Cash, el American VI: Ain’t no grave. Lo escucho bajo una luz crepuscular y me vienen a la memoria los recuerdos de mi breve estancia en los calabozos.

Aquél día, por culpa de una clara exaltación etílica, me imaginaba flotando en el aire la música de John Cobra en perfecta sintonía con el trato recibido por la policía y sentía que el genio de la lámpara me había concedido un deseo que yo no había pedido, al menos formalmente: Me transformó en Manu Mangosta para homenajear a un pequeño y simpático mamífero capaz de enfrentarse con éxito a esas serpientes venenosas conocidas por su aspecto desafiante y su picadura mortal, inmune a su veneno y superior a ella en velocidad de ataque. Cuando aquélla va, ésta ya vuelve y muerde de manera certera. Fue por eso que me abalancé esposado sobre ese policía que movía provocativamente su lengua bífida y le di tremendo fostión que sonó como un timbal base sacudido por Max Weinberg.

Ten presente, Sra. Letrada, que son monos los que ven, oyen y callan porque la grandeza e inteligencia humana es la que te permite ver, oír y hablar.

Sé con seguridad que si los dedos pulgar e índice se frotan rápidamente y con agilidad es porque hablan del dinero en silencio y sin fronteras de idioma. Se generaliza la idea de que la dignidad tiene un precio, y la ética, y la honradez. Posiblemente llegue un día la prostitución gratuita y entonces los herederos de Zapatero nos venderán la idea de un estado de bienestar a modo de una gran parrocha dorada que existe para dar asistencia social y sexual a todas las personas que lo necesitasen por culpa de su abstinencia y por no tener recursos económicos para ir de putas.

Siento que es cuando aparecen en escena Belén Esteban, el Pequeño Wyoming, Daniel Múgica, la pleitesía de 90 grados al saudí, el Almodovarismo obsceno, la hipocresía de la Bardem, el yonqui que quiso rajar a Mario Paneras por dos chavos y la incultura de Jaume Matas capaz de confundir al imbécil de John Cobra con Johnny Cash por aquello de los cobros en efectivo. Sí, aparecen los anuncios de putas y maricones ofreciendo besos negros y lluvias doradas en todos los periódicos amorales, los acertijos para idiotas a cambio de de un sms, tanta cumbre, tanto foro, tanto viaje… Será que excita más el G20 que el punto G… Será que excita más un puto billete que una Santa Felación…

No resulta fácil, Sra. Perdomo, ser digno en estos tiempos que corren porque o pierdes la vida o pierdes la dignidad. Yo lucho contra ello mientras insisto en el sonido acústico del último trabajo de Johnny Cash y me recreo, siguiendo sus consejos, en Sheryl Crow, en Kris Kristofferson, en Hawái y en Bob Dylan. No es un álbum fácil pero es perfecto para un mal día. Como mínimo, emociona y pone los puntos de la cordura sobre las íes de la locura de manera ceremoniosa.

Prefiero despedirme de aquellos días de encierro como lo hace Johnny Cash en su último corte, con un delicado Aloha Oe, mientras estiro mi dedo índice con el color de la esperanza y del planeta Venus:

Aloha oe, aloha oe,
E ke onaona noho i ka lipo
One embrace, a hoi ae au,
Until we meet again

Este relato está basado en una historia real.
Gracias a mi abogada de oficio y a los hematomas: sin ellos no hubiera sido posible.
Special thanks to Johnny Cash por recordarme que no hay tumba que me pueda mantener bajo tierra.