viernes, 18 de junio de 2010

PAUL WELLER: WAKE UP THE NATION

Fumando el pitillo anterior al siguiente leí que a Paul Weller no le gustan Bono y Sting por lo engreídos que son y porque la música que hacen es basura.

Al momento me sentí cómplice de sus palabras y sin pretenderlo me vinieron a la mente mis antecesores. Me los imaginaba escribiendo con pluma de ave mojada en tintero, con pluma estilográfica de tinta incorporada, con lápiz o bolígrafo, con máquinas de escribir evolucionadas sobre sí mismas o con el actualísimo ordenador desarrollado sobre su procesador de textos hasta el infinito y un poco más.


Supe al instante que el progreso no me imponía el uso de la computadora y la elección fue fruto de un proceso natural provocado por el calor que me proporcionaba el humo del tabaco, el bienestar que me suministraba el café en el estómago y la honesta compañía de Paul Weller hablándome desde la cadena con su Wake up the Nation: la máquina de escribir, sin duda, con la cinta bicolor, por supuesto, manual pero de teclado con cincuenta años de historia y con ese olor mezclado de diferentes sudores digitales, de la compañía de innumerables objetos de desván y de los jugos gástricos de sus propias entrañas.


Recuerdo que empecé a escribir envuelto en una atmósfera de sonidos densos.


… Algunas veces permanezco inmóvil intentando parar el tiempo pero nunca lo consigo. Lo sé por el cigarrillo que siempre se consume entre mis dedos y por la canción que deja paso a la siguiente. Ni la muerte consigue detener el tiempo. Ni Dios. Lo máximo que consigo es engañarme a mi mismo quitándole las pilas a mi reloj. El tiempo es ahora mismo mi mejor amigo y no el perro. Sobrevive a base de recordarme que el segundo que vivo es inmediatamente posterior al que viví y lamentablemente anterior al que tendré que vivir.


No, no puede ser mal amigo el que te informa, te lee y además te predice.


La verdad es que nunca fui partidario de callarme durante el minuto de silencio que se dedica a las víctimas porque prefiero gritar con todas mis fuerzas como lo hacen las salvas. Debe ser porque no siento la necesidad de aliviarme al amparo de tanta plañidera barata y porque me resulta obsceno imaginarme a Sabina colgado en Calle Melancolía mientras se le triangulan las cejas, a Bowie gastando fortunas en lentillas de colores fashion, a Bruce working on a stupid dream mientras Nebraska se diluye en el olvido, a Sting enviando bottles sin messages y a McCartney mariconeando en plan gentleman mientras yo camino con el alma muda.


Por momentos me imagino a Bono vomitando su estúpido lemmooonn en Eurovisión y eso me hace recordar las palabras de Weller cuando se refiere al tema que da título a su nuevo álbum: “Debemos levantarnos contra esta marea de mediocridad y devolver algo de grandeza a este país”.


Siento la necesidad de regalarles mi culo fluorescente mientras contemplo el paisaje porque prefiero la línea del horizonte al encefalograma plano de los mediocres, el sonido de las olas al rugido de Georgia, el color de las algas y el musgo al marrón de los sacos para cadáveres y el blanco tiza de las siluetas asesinadas, el susurro del viento al sonido frío de las balas y el sabor salado del mar a la insipidez de la hambruna.


…Calculo que serían las dos de la madrugada cuando me fui para cama con las canciones de Paul Weller replicando en mi conciencia a modo de golpes de herrero. Un disco con dieciséis buenas canciones y otras tantas mejores intenciones. Falto de un hilo conductor, puede, pero importante en los tiempos que vivimos, seguro.


Recuerdo que pensé en la posibilidad de editar ocho singles en vez de un LP y me quedé dormido en posición fetal, emitiendo ronquidos infantiles y seguro que macerando babas en la almohada.


La quietud y el silencio hinchaban el sordo rumor del viento. No había ruidos a mi alrededor pero de los árboles que se desparramaban hacia lo lejos llegaban los aullidos mudos de la naturaleza y percibía en la orquestación de ese silencio la gorda mezcolanza de gemidos con que aúlla mi vida, sin sentirla, alargando los minutos.


Como decía Terenci Moix, entre todos vamos a convertir el mundo en una letrina. Con que prepárate a cagar, muñeco, que necesitamos mierda nueva.


Creo que debería empezar ahora mismo a planear el crimen que me llevará en un futuro a la cárcel: quiero asesinar el silencio.