sábado, 26 de febrero de 2011

the piano has been drinking .....hasta el infinito

Carlo Peccati estaba escribiendo uno de sus poemas visuales mientras la música de Tom Waits lo envolvía todo con su embriagado Small Change.

A través de la ventana con vista al patio, Carlo veía en el piso de enfrente a Michael Broke durmiendo la resaca de la noche anterior en una butaca con reposabrazos abatible. Tenía la cabeza echada hacia atrás, maceraba sus babas etílicas y apoyaba sus dos extremidades superiores donde debía. Carlo se incorporó y se acercó todo lo que pudo al cristal dejando una marca húmeda, los labios, y un gran trozo empañado, la nariz.

- Un día, leyendo Sobre héroes y tumbas, Sábato me dijo que cuando uno es chico espera la gran felicidad, alguna felicidad enorme y absoluta.

Michael permanecía inmóvil de forma que parecía prestar mucha atención a las palabras solitarias de Carlo.

- Y a la espera de ese fenómeno se dejan pasar o no se aprecian las pequeñas felicidades, las únicas que existen, continuó.

En ese momento, Michael cambió de postura lo justo para despertar sólo a una de sus piernas pero se movió de tal manera que Carlo lo interpretó como un Oh, Yeah!, sigue, sigue que yo te escucho.

Carlo se palmoteó en ese momento los bolsillos buscando uno de sus Winston de cajetilla blanda y lo hizo con una habilidad que le delataba como consumidor habitual.

- Imagínese, Sr. Broke, un mendigo que desdeña limosnas por el camino porque le han dado el dato de un formidable tesoro, un tesoro inexistente.

A Michael se le cayó entonces la cabeza hacia adelante como síntoma inequívoco de que se había adentrado en la fase de mayor profundidad de su sueño pero la verdad es que visto desde fuera parecía afirmar, decir sí, que tiene usted toda la razón, Sr. Peccati.

En ese momento Carlo acercó su último poema a la ventana, Infinito Jack Daniel's, para que Michael pudiese leerlo y al instante se dio cuenta de que se quedaba pegado al cristal gracias al vaho personal y a la humedad por condensación.



Aprovechó para descansar un rato y se quedó dormido mientras Tom Waits predicaba desde el plato, con su acento de vinilo profundo de ninguna parte, The piano has been drinking:


Mi corbata está dormida
Y la banda se ha ido a Nueva York
La gramola tiene que ir a mear
Y la alfombra necesita un corte de pelo
Y el foco parece la fuga de una prisión
Porque el teléfono no tiene cigarrillos
Y la terraza se ha ido a ligar
Y el piano ha estado bebiendo

...


Este relato está dedicado a esa línea escuálida y confusa, que funde y confunde al monólogo con el diálogo mientras espera una respuesta de vete a saber quién... posiblemente de Jack Daniel's y su piano...

martes, 22 de febrero de 2011

Me llamo Daniel’s, Jack Daniel’s ( REMASTERED )



























Los saludos se sucedieron durante la fiesta como balas en una batalla amable y se cruzaron en el aire sorteándose entre sí, como proyectiles dirigibles.

Yo llegué a contabilizar treinta y siete holas, veinticuatro qué hays y muchísimos buenas. Según mis cálculos, tendrían que haberse producido doscientos veinticinco saludos netos sin tener en cuenta los posibles rencores y las repeticiones por culpa de los disparos fallidos, pero yo sólo soy consciente de ciento ochenta y tres y esa es la cantidad que yo declararía en un juicio, siempre y cuando me lo permitiese mi buen amigo y letrado Pepe Vironcha.

El caprichoso orden aleatorio del iPod me llevaba reiteradamente al vómito contenido por culpa de la Borriquilla Vulgaris de Shakira, de la Bichajus Asquerosus de Lady Gaga y del insulso Bârônis Cadâveris de David Guetta.

Sí, yo estaba siendo testigo presencial del comportamiento de una tribu estúpida y mediocre, sin pretenderlo y preguntándome qué coño hacía un tipo de Lynchburg como yo en una fiesta tan patética como esa.

De los labios de Charly Zamburiñas (en adelante Zambu) se desprendía un filamento de humo inquieto y premonitorio cuando se percató de que me agarraron por el cuello como una gaseosa común, me llevaron por el salón como se lleva un pollo al matadero y me clavaron en la mesa de una manera que hizo estremecer todo mi cuerpo.

Zambu, Juan Bateas y Chema Chozas King (en adelante Bati y Che Ché King) fueron espectadores nerviosos de cómo me cogían entre varios de forma cobarde, me golpeaban en la garganta con los cantos de los vasos y me arrojaban por aquéllos barrancos de cristal, en caída libre y extrema.

Yo sentía el frío de los disparos y oía aquélla mierda de música a modo de Original Soundtrack mientras me caían encima infinidad de cubitos de hielo con formas puntiagudas e irregulares.

- Se echan sólo dos o tres, coño, y antes que a mí, joder. Protesté como pude y en cierto modo ruborizándome por los modales empleados.

Entre todos acabaron zarandeándome en el aire mientras hacían el gilipollas y yo recuerdo que acabé regurgitando burbujas por la boca hasta marearme y casi atragantarme. Me introdujeron la cabeza en sus bocas sucias y me estrangularon con sus labios repletos de bótox, sus salivas siliconadas me sellaban de tal manera que era imposible la entrada de oxígeno, me bebieron en exceso y me torturaron antes de tragarme para no dejarme morir en paz: enjuagándome, golpeándome contra cada uno de sus dientes Lacoste, filtrándome entre ellos obligándome a llevarme a la tumba sus asquerosos restos de comida atrasada.

Yo veía como Zambu, Bati y Che Ché King, Les Trois Mousquetaires, hacían lo imposible por sacarme de allí batiéndose a duelo pero poco podían hacer entre tanto ni-ni primitivo.
La verdad es que me sentía sucio por culpa de las babas carmín, malherido por la brutal paliza propinada por la tribu de los Batú-Badei, con síntomas de asfixia por la falta de aire limpio y por la pérdida de mi dignidad. Me sentí como me imagino que se sentiría una mujer después de ser violada.

Cuando estaba en ese último segundo en el que se nos pasa toda nuestra vida por la mente, vi cómo Bati se abalanzaba sobre el iPod y lo mandaba a freír puñetas con una firme y soberbia patada, Che Ché King se dedicaba a distraer a toda aquélla panda killaka a base de provocaciones mientras Zambu se apresuraba a encender la mini cadena.

La voz bourbónica de Tom Waits apareció entonces en escena con su poseído y arrancado Romeo is Bleeding.

Al momento supimos de nuestra fidelidad al Rey y sin premeditación alguna gritamos en silencio y al unísono un apocalíptico “Todos para Uno y Uno para Todos”.

Yo me sentí D’Artagnan enseguida y, sin avergonzarme por ello, puse todo mi empeño en deslizarme por las entrañas de aquéllos cretinos agitándome al máximo para escocerles la garganta, rascarles los esófagos y trastornarles los estómagos. No se trataba de dejarlos a la suerte de cualquier médico de urgencias friki, sólo quería que supieran que estábamos allí y que mi felicidad no era otra que hacerles disfrutar de mi bebiendo el cáliz de mi sangre de la misma manera ceremoniosa que lo habían hecho los apóstoles.

A pesar de todo tuvo que ser el tiempo, como siempre, el que acabase por poner las cosas en su sitio y gracias al tic tac de los relojes acabaron yéndose todos al Marítimo para venerar a su Santo Botellón. Se fueron entre balidos punchi para continuar alimentando, como diría Greenstroke, el síndrome ovino de esta sociedad.

Allí quedábamos mis tres mosqueteros y un servidor, fieles a Tom, consumiendo cigarrillos con parsimonia para fabricar densas nubes de humo, destilando sueños para encontrar las causas perdidas, sustituyendo a Gran Hermano por Hannah y sus Hermanas en las conversaciones, al Águila Roja por El Halcón Maltés, y a Sara Carbonero por Brigitte Bardot.

A la hora que los vampiros se ponían el sombrero empezó a sonar Blue Valentines y recuerdo que sentí la misma sensación cautivadora que tuve cuando escuché por última vez el solo de trompeta de Miles Davis en su So What?

La verdad es que sólo un tipo como Tom Waits podía cantar así ese tema. Lo cantaba como sólo él podía, como sólo Sam podía cantar As time go by.

- Llevo bastante tiempo dudando sobre lo que escribo, comentó Zambu.

Creo que ya son seis o siete relatos los que he escrito con la seria intención de pasarlos del bloc al blog pero no lo consigo.

- ¿Y eso?, se interesó Che Ché King de forma sincera.

- Siento que me condeno a mí mismo al colgar mis palabras en la red sin saber exactamente la longitud de la soga, el tipo de nudo empleado y las características del patíbulo internauta. No sé si alguien habrá previsto la caída óptima de mis letras para conseguir desnucarlas sin tener que esperar su muerte por asfixia a causa del estrangulamiento.

- Creo que es peor condenarlas a cadena perpetua en tu libreta, sentenció Bati. ¿Te has planteado la crucifixón?, insistió.

- Corren malos tiempos, espetó Che Ché con contundencia. Los coleccionistas de amigos en Facebook han sustituido a los coleccionistas de huesos. Son psicópatas en serie que acabarán jodiéndolo todo.

- Mr. Waits dijo un día que la mayoría de nosotros no estamos preparados para absorber la verdad de lo que realmente está pasando, volvió a sentenciar Bati.

Mientras, la voz dulcemente áspera de Tom ya había saneado el salón fumigando las bacterias killakas porque... si hay que sanear, se sanea.

Zambu sentó tres vasos en la mesa seducido por la felicitación navideña de una puta de Minneapolis, me cogió por la cintura y me vertió en ellos, juntos me alzaron ascendiéndome a los cielos y juntos bebieron el cáliz de mi sangre en perfecta comunión conmigo, me sorbieron con extremo feeling y lamiéndome lo justo para yo poder aromatizarles la boca, sin hacer ascos, me chuparon buscando mi complicidad, me saborearon concentrando en mi sus deseos como un creyente lo hace cuando comulga.

Yo no dudé lo más mínimo y susurrando amén para mis adentros puse los cinco sentidos en ese acto: me iluminé para los ojos de mis tres mosqueteros, susurré para sus oídos, me agité para sus narices, me concentré para sus lenguas y les acaricié para que percibiesen mi contacto. Durante el recorrido fue como fermentar otra vez y en sus hígados como volver a madurar en cubas de madera.
Me acordé de Descartes: “Me saborean, luego existo” y me despedí de ellos con un esperanzador “perdonadlos, no saben lo que hacen”

Entre nosotros, el mayor éxito de la vida es morir como debe ser aunque a lo mejor pienso así por ser quien soy: Yo nací en un pueblecito de Tennessee, fui filtrado en carbón de arce sacarino y pasé mi juventud en cubas de excelente madera hasta madurar en ellas, viajé a un país desarrollado y me instalé en un piso de clase media-alta. Mi espera estuvo rodeada de nombres de prestigio, de buena música y de cristalería fina. La verdad es que mi vida ha sido relativamente fácil, ya lo sé. Por cierto, me llamo Daniel’s, Jack Daniel’s.
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Al amanecer, la etiqueta negra de Jack yacía sobre la mesa a modo de sudario mientras Tom Waits descargaba todo su lirismo con Somewhere, interpretándolo una y otra vez con su voz desgarradora y esperando así hasta el tercer día: “Hay un lugar para nosotros. La paz y el aire tranquilo y abierto. Hay un tiempo para nosotros. Vamos a encontrar una nueva manera de vivir. En alguna parte hay un lugar para nosotros. Un tiempo y un lugar para nosotros. Toma mi mano y yo te llevaré allí de alguna manera. Algún día, en algún lugar…”

Charly se despertó entonces consciente de que la decencia se viste de papel de Kraft y cuerda de Sisal.

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Esta historia está dedicada a esos tipos y tipas, entre otros y otras, que deberían haber estado allí pero por el motivo que fuera no pudieron estar: Mario Paneras, Sra. Perdomo, Pepe Vironcha, Pioli Frau, Michael Broke, Alejandro Dumas, Lester Peinado, Kevin Bola, Blondie Jazz, Crazy Blues, el Sr. López, Nacho Penco, Viqui Perry, Mr. Peter Ocaña y Max Town, que es el Rey de picas que me pica y anima para que siga jugando hasta conseguir el póker que me haga ganar la partida que definitivamente dé sentido a mi vida.

viernes, 18 de junio de 2010

PAUL WELLER: WAKE UP THE NATION

Fumando el pitillo anterior al siguiente leí que a Paul Weller no le gustan Bono y Sting por lo engreídos que son y porque la música que hacen es basura.

Al momento me sentí cómplice de sus palabras y sin pretenderlo me vinieron a la mente mis antecesores. Me los imaginaba escribiendo con pluma de ave mojada en tintero, con pluma estilográfica de tinta incorporada, con lápiz o bolígrafo, con máquinas de escribir evolucionadas sobre sí mismas o con el actualísimo ordenador desarrollado sobre su procesador de textos hasta el infinito y un poco más.


Supe al instante que el progreso no me imponía el uso de la computadora y la elección fue fruto de un proceso natural provocado por el calor que me proporcionaba el humo del tabaco, el bienestar que me suministraba el café en el estómago y la honesta compañía de Paul Weller hablándome desde la cadena con su Wake up the Nation: la máquina de escribir, sin duda, con la cinta bicolor, por supuesto, manual pero de teclado con cincuenta años de historia y con ese olor mezclado de diferentes sudores digitales, de la compañía de innumerables objetos de desván y de los jugos gástricos de sus propias entrañas.


Recuerdo que empecé a escribir envuelto en una atmósfera de sonidos densos.


… Algunas veces permanezco inmóvil intentando parar el tiempo pero nunca lo consigo. Lo sé por el cigarrillo que siempre se consume entre mis dedos y por la canción que deja paso a la siguiente. Ni la muerte consigue detener el tiempo. Ni Dios. Lo máximo que consigo es engañarme a mi mismo quitándole las pilas a mi reloj. El tiempo es ahora mismo mi mejor amigo y no el perro. Sobrevive a base de recordarme que el segundo que vivo es inmediatamente posterior al que viví y lamentablemente anterior al que tendré que vivir.


No, no puede ser mal amigo el que te informa, te lee y además te predice.


La verdad es que nunca fui partidario de callarme durante el minuto de silencio que se dedica a las víctimas porque prefiero gritar con todas mis fuerzas como lo hacen las salvas. Debe ser porque no siento la necesidad de aliviarme al amparo de tanta plañidera barata y porque me resulta obsceno imaginarme a Sabina colgado en Calle Melancolía mientras se le triangulan las cejas, a Bowie gastando fortunas en lentillas de colores fashion, a Bruce working on a stupid dream mientras Nebraska se diluye en el olvido, a Sting enviando bottles sin messages y a McCartney mariconeando en plan gentleman mientras yo camino con el alma muda.


Por momentos me imagino a Bono vomitando su estúpido lemmooonn en Eurovisión y eso me hace recordar las palabras de Weller cuando se refiere al tema que da título a su nuevo álbum: “Debemos levantarnos contra esta marea de mediocridad y devolver algo de grandeza a este país”.


Siento la necesidad de regalarles mi culo fluorescente mientras contemplo el paisaje porque prefiero la línea del horizonte al encefalograma plano de los mediocres, el sonido de las olas al rugido de Georgia, el color de las algas y el musgo al marrón de los sacos para cadáveres y el blanco tiza de las siluetas asesinadas, el susurro del viento al sonido frío de las balas y el sabor salado del mar a la insipidez de la hambruna.


…Calculo que serían las dos de la madrugada cuando me fui para cama con las canciones de Paul Weller replicando en mi conciencia a modo de golpes de herrero. Un disco con dieciséis buenas canciones y otras tantas mejores intenciones. Falto de un hilo conductor, puede, pero importante en los tiempos que vivimos, seguro.


Recuerdo que pensé en la posibilidad de editar ocho singles en vez de un LP y me quedé dormido en posición fetal, emitiendo ronquidos infantiles y seguro que macerando babas en la almohada.


La quietud y el silencio hinchaban el sordo rumor del viento. No había ruidos a mi alrededor pero de los árboles que se desparramaban hacia lo lejos llegaban los aullidos mudos de la naturaleza y percibía en la orquestación de ese silencio la gorda mezcolanza de gemidos con que aúlla mi vida, sin sentirla, alargando los minutos.


Como decía Terenci Moix, entre todos vamos a convertir el mundo en una letrina. Con que prepárate a cagar, muñeco, que necesitamos mierda nueva.


Creo que debería empezar ahora mismo a planear el crimen que me llevará en un futuro a la cárcel: quiero asesinar el silencio.

martes, 20 de abril de 2010

AIN’T NO GRAVE

Cuando me introdujeron en el coche patrulla a base de golpes desproporcionados y cobardes de seis o siete policías, supe al instante que hasta el aceite de oliva virgen había perdido su himen: me habían robado hasta el último de mis derechos y lo habían hecho, además, de esa manera que sólo provocan el hábito y la costumbre.

En esos momentos, Sra. Perdomo, si hubiera podido pedir un deseo al genio de la lámpara, le hubiese pedido estar preso en una celda de las que están prohibidas para los etarras y corruptos, con un camastro tristemente vigilado por una bacinilla de porcelana blanca de borde azul, con una mesita de noche válida también para el día y un poster de Greta Garbo, o Marylin, o Robert de Niro en Toro Salvaje. Sería un deseo que pediría por pura estética literaria para poderme acoger al título de Cartas desde mi celda, como Bécquer.

Pero sin entrometerme lo más mínimo en las conversaciones que proporciona la soledad y ahora que soy medianamente libre, escribo dejándome llevar por el ritmo de unas cadenas que se arrastran mientras Johnny Cash predica con su estremecedora voz, grave y solemne. Sí, escribo mientras escucho Ain’t No Grave, desarmado y con la sensación de medir 180 cm como mínimo.

Debe ser que no hay tumba que me pueda mantener bajo tierra.

No creo, Sra. Perdomo, que sea esta una hábil artimaña para esconder mi normal estatura, no baja. Me llega con saber que no llego al metro setenta para decir que mido metro sesenta y nueve sin importarme si es verdad o no, lo hago por cuestiones de belleza numérica y consciente de que la importancia de un centímetro más o menos en cuestiones de envergadura corporal no es directamente proporcional a la envergadura de nuestro pene.

La cuestión es que yo sentía cómo las lágrimas se convertían en mocos pegados a los barrotes de mi calabozo y se deslizaban con dificultad en misterioso zigzag hasta convertirse en charcos coagulados por el frío de la soledad injusta e impuesta y pestilentes por culpa del contacto con la orina de uno mismo: La verdad es que no respetaron ni uno de mis derechos, se pasaron por el orto la prohibición de torturar a un ciudadano bajo ningún concepto, me obligaron a declarar en mi contra, me trataron de manera ofensiva y abusaron de su investidura de servidores públicos. Es por eso que entiendo que Johnny les cantase a los presos haciéndoles saber que él era uno de ellos y me dejo llevar por los diez cortes que contiene el último disco póstumo de Johnny Cash, el American VI: Ain’t no grave. Lo escucho bajo una luz crepuscular y me vienen a la memoria los recuerdos de mi breve estancia en los calabozos.

Aquél día, por culpa de una clara exaltación etílica, me imaginaba flotando en el aire la música de John Cobra en perfecta sintonía con el trato recibido por la policía y sentía que el genio de la lámpara me había concedido un deseo que yo no había pedido, al menos formalmente: Me transformó en Manu Mangosta para homenajear a un pequeño y simpático mamífero capaz de enfrentarse con éxito a esas serpientes venenosas conocidas por su aspecto desafiante y su picadura mortal, inmune a su veneno y superior a ella en velocidad de ataque. Cuando aquélla va, ésta ya vuelve y muerde de manera certera. Fue por eso que me abalancé esposado sobre ese policía que movía provocativamente su lengua bífida y le di tremendo fostión que sonó como un timbal base sacudido por Max Weinberg.

Ten presente, Sra. Letrada, que son monos los que ven, oyen y callan porque la grandeza e inteligencia humana es la que te permite ver, oír y hablar.

Sé con seguridad que si los dedos pulgar e índice se frotan rápidamente y con agilidad es porque hablan del dinero en silencio y sin fronteras de idioma. Se generaliza la idea de que la dignidad tiene un precio, y la ética, y la honradez. Posiblemente llegue un día la prostitución gratuita y entonces los herederos de Zapatero nos venderán la idea de un estado de bienestar a modo de una gran parrocha dorada que existe para dar asistencia social y sexual a todas las personas que lo necesitasen por culpa de su abstinencia y por no tener recursos económicos para ir de putas.

Siento que es cuando aparecen en escena Belén Esteban, el Pequeño Wyoming, Daniel Múgica, la pleitesía de 90 grados al saudí, el Almodovarismo obsceno, la hipocresía de la Bardem, el yonqui que quiso rajar a Mario Paneras por dos chavos y la incultura de Jaume Matas capaz de confundir al imbécil de John Cobra con Johnny Cash por aquello de los cobros en efectivo. Sí, aparecen los anuncios de putas y maricones ofreciendo besos negros y lluvias doradas en todos los periódicos amorales, los acertijos para idiotas a cambio de de un sms, tanta cumbre, tanto foro, tanto viaje… Será que excita más el G20 que el punto G… Será que excita más un puto billete que una Santa Felación…

No resulta fácil, Sra. Perdomo, ser digno en estos tiempos que corren porque o pierdes la vida o pierdes la dignidad. Yo lucho contra ello mientras insisto en el sonido acústico del último trabajo de Johnny Cash y me recreo, siguiendo sus consejos, en Sheryl Crow, en Kris Kristofferson, en Hawái y en Bob Dylan. No es un álbum fácil pero es perfecto para un mal día. Como mínimo, emociona y pone los puntos de la cordura sobre las íes de la locura de manera ceremoniosa.

Prefiero despedirme de aquellos días de encierro como lo hace Johnny Cash en su último corte, con un delicado Aloha Oe, mientras estiro mi dedo índice con el color de la esperanza y del planeta Venus:

Aloha oe, aloha oe,
E ke onaona noho i ka lipo
One embrace, a hoi ae au,
Until we meet again

Este relato está basado en una historia real.
Gracias a mi abogada de oficio y a los hematomas: sin ellos no hubiera sido posible.
Special thanks to Johnny Cash por recordarme que no hay tumba que me pueda mantener bajo tierra.

jueves, 12 de noviembre de 2009

MÚSICA DE GRAN CALIBRE (Luis Gago..... .357)


Mini y Mickey sufrieron un espectacular proceso de animación al reproducir fotográficamente cada una de las fases dinámicas sucesivas creadas por el movimiento de sus tetas. Lupe rebosaba inocencia gracias a su camiseta de motivos infantiles, erotismo a sus formas y lentitud a su manera de hacer:

Braulio Copper se puso Pluto en décimas de segundo y se fue directo al sur de su ombligo.

Calculo que eran las tres de la madrugada cuando Braulio, con una agilidad asombrosa, saltó de la cama y se impuso por la fuerza unos calzoncillos que más tarde descubriría que se los había puesto al revés, abrió y cerró puertas para llegar al baño y empezó a mear. La temperatura de la orina creó un vaho en contacto con el frío que ascendió a los cielos como el humo de un cohíba de gran calibre.

En ese instante, Braulio se acordó de cómo Renton se introducía por la taza del váter en desesperada búsqueda de su preciada dosis y sintió entonces la necesidad de encontrar el primer principio del mundo, el arjé, para hacerle un electro y tomarle el pulso. Le vino a la memoria la figura de Tales de Mileto cuando argumentaba que el agua era el origen y esencia de todas las cosas y Braulio se introdujo entonces por el inodoro:

Sí, quería saber cómo estaba el patio y hasta qué punto estaba jodido.

Braulio descendió buceando entre aguas residuales y montones de basura, silenciosamente y con una caída discreta, para acabar desplazándose en horizontal al ras de las posidonias putrefactas que lo invadían todo. Se estremeció al comprobar que convivían en un paisaje esperpéntico grandes cantidades de alquitrán y aceite con multitud de sumarios archivados por la humedad, jeringuillas, condones y tampones con infinidad de facturas falsas apoltronadas entre las rocas, anémonas anémicas y centollos tetrapléjicos con corruptos uniformados con escafandras de Prada y jugando al póker sobre peces manta sacrificados a modo de tapete, anzuelos oxidados y trozos de vidrio con pseudo dictadores que se hacían pajillas frente a tiburones desdentados.
El agua era de un color turbio y sucio que mantenía en suspensión millones de partículas y células infectadas.

Supo al momento que se movía entre aguas engangrenadas y comprendió entonces que el hombre había convertido en las Siete Virtudes los Siete Pecados Capitales.

La Lujuria representada por el turismo sexual, la Gula por filetes de Flipper con foie de foca salteados con pistachos liofilizados de Ferrán Adrià, la Avaricia por los trajes tendencia y los Audis blindados, la Pereza por los bostezos de los ministros alienantes, la Envidia por el yo tengo más que tu y además prefiero que tú no tengas nada, la soberbia por la hinchazón humana, por el deseo de gloria y la ira por el zumbido de las balas.

No era momento para filosofías baratas pero por un instante se imaginó a Yahvé reencarnado en la figura de Sergio Leone como el auténtico revelador del misterio de la Santísima Trinidad:

Por Un puñado De Dólares, La Muerte Tenía Un Precio y El Bueno, El Feo y El Malo.

Apretó la nariz y expulsó aire por ella para así compensar y mitigar el pitido de oídos. La verdad es que estaba desconcertado y dispuesto a irse cuando se sintió atraído por una ráfaga de luz roja intensa. Pensó inmediatamente en la presencia de un coral en medio de esa cloaca y aleteó descalzo lo más rápido que pudo hasta tocarlo y agarrarlo con la fuerza necesaria para cogerlo y no perderlo.

Al tenerlo consigo, Braulio comprobó atónito que era un EP con la portada del cargador de un revólver con una bala de calibre .357, de color rojo sangre intensa.

Las condiciones de oscuridad, visibilidad nula y la soledad le impidieron la posibilidad de comunicarse con nadie que no fuera él mismo y soltó un “de puta madre” con tono potente y de burbuja por culpa del agua:

Era el último disco de Luis Gago.

Seguro que contiene música que te dispara a la conciencia, pensó, con profunda penetración en ella, de trayectoria plana y largo alcance efectivo. Música de gran calibre, volvió a pensar.

Respiró lentamente y se fue haciendo paradas de seguridad cada cinco minutos hasta llegar a la taza del váter. Salió como pudo y se sentó en ella, empapado y empapando el suelo sin importarle, extrajo el libreto y se dejó llevar por la esperanza del Legado de un padre en Chiapas: Está bien. No jodas la marrana. Llévalo con calma. Averigua quién tira de la manta. Se discreto e informa después. Yo te cubro. No apuntes al bulto. Cuenta hasta diez y quita el seguro. Tú tranquilo. Apunta a la sien. Está bien. Ahora despacio. No apures el paso. Sonríe también en cualquier caso y no hagas una estupidez. Entierra el arma. Vigila tu espalda. Está bien.

Braulio Cooper se sintió aliviado porque sentía que tenía algo importante entre las manos y se fue a cama para leer y escuchar el segundo corte, La canción de cuna del pequeño diablo, junto a Lupe.

Estaba amaneciendo cuando se quedaron dormidos con la sensación de bienestar que proporciona un disco tan coherente y pragmático en medio de tanta mierda.

Una perla en el fondo del mar.

viernes, 9 de octubre de 2009

OT: Operación Tufo (Liberad a Willy... DeVille)


Fiel a sí mismo y para dar de comer a los pollos, Willy DeVille murió en pleno mes de relleno periodístico, sin decidirlo pero provocándolo. Posiblemente se puso enfermo durante el año 1995 cuando empezó a tocar Loup Garou.

Es jodido eso de leer a quien vive de vender papel a cualquier precio y tan sólo por la necesidad de producir, pensó Chema Chozas King mientras ojeaba un artículo de Moncho Drapo sobre su muerte, camino de la toilette.

Al tiempo que leía “Willy ha muerto, tal vez, para encontrar el ángel al que cantaba, aunque al viejo, duro, romántico Willy le mosquearían las frases hechas, los lagrimones, la hipérbole” bajo el título de “Un poeta con demasiado corazón” en claro homenaje trapero, pensaba que habría que zurcirles la mano a quienes escriben sin saber o coserles los dos labios a quienes hablan sin estar al corriente, empezando de derecha a izquierda, clavando la aguja de arriba hacia abajo y sacándola de abajo hacia arriba, repitiendo la acción en el final del punto anterior y sacándola más adelante, siempre a 3 mm, a modo de pespunte. Al revés las puntadas se superponen pero por el derecho se verá como una línea continua de putadas en vez de puntadas, una tras otra.

Los labios bien callados y las manos quietas, volvió a pensar.

A Che Ché King, como le llamaban los nativos del lugar, le venían a la cabeza los recuerdos dolorosos de la última vez que había ido al baño para lo que ustedes ya saben y si se había encerrado en el baño a leer los periódicos del día era por culpa de su estreñimiento continuo y no por puto capricho extravagante, por mera disciplina temporal y por hacer cumplir rigurosamente los imperativos fisiológicos dictados por la naturaleza. La verdad es que le alentaba en extremo el momento de poderse limpiar el culo con los papeles de periódico acumulados durante algunos meses.

Se acordaba de la peseta al leer las crónicas post mortem de Willy DeVille escritas como si fuesen las Crónicas de Narnia y Che Ché King estrujaba el culo como podía para olvidar el evacuol a golpe de soul y feeling, evitando al máximo coincidir con su cara de imbécil reflejada en la mampara de cristal.

Las tripas de Che Ché se quejaban a modo de intro de percusión africana mientras pensaba en la posible inestabilidad de quienes escriben, como Moncho Drapo, sin saber de la misa la mitad. Se los imaginaba viajando en una montaña rusa emocional, dando tumbos e incapaces de conservar los afectos. Buscando un camino insólito para no enfrentarse a sí mismos. Viviendo con una gran dificultad para separar los diferentes ámbitos de sus vidas y teniendo conflictos familiares que acaban trasladándolos a la pareja, el trabajo o los amigos.

Se los imaginaba con un bajo umbral de tolerancia a las frustraciones, con pocos recursos internos y poniendo a prueba a los demás.

Che Ché supo al instante que era un proceso inconsciente y que lo más aconsejable era que buscasen ayuda psicoterapéutica para que pudiesen reforzar su autoestima.

Willy diría algo tan sencillo como políticamente incorrecto: A tomar por culo.

Menos mal que murió sin saber que Pajín se iría de farra con Soraya y que lo que más le gusta de Aznar es que sea demócrata. Nunca mejor dicho: Vaya puta mierda, pensó Che Ché, mientras su vientre se revolvía hasta límites insospechados.

Qué difícil es ser honesto cuando las dos partes son apreciadas, aunque en medida distinta. De ambas me quedo con la tercera: la que me da de comer y además me garantiza la noche en cama, como diría Sabina.

Afuera no parecía hacer frío pero Che Ché lo sintió como si lo hiciese y empezó a tener ganas de empujar, se conectó mentalmente con su cuerpo y procuró no impacientarse.

La presión que sentía en su culo era cada vez más fuerte y empezó a tener la sensación de que se partía en dos. Sintió quemazón y pinchazos justo alrededor del esfínter y el Papito empezó a asomar la cabeza.

Che Ché se concentró exclusivamente en Moncho Drapo y empujó con todas sus fuerzas sin importarle un posible desgarro. Se acordó de Cristina y Samuel destrozando Born to Run de Bruce, de la mona de Antonia Dell’Atte cantando He comprado un hombre en el mercado, de la expresión besuga y ramplona de Belén Esteban, de los Papa Topo en plan Teletubbies Subnormales, del pastelón de Xoel y del zurullo de Coti. Che Ché se espoleó al máximo con la incondicional ayuda de las matronas de la mediocridad hasta que tuvo su primera sensación de alivio.

Se dejó llevar y zarandeó sus nalgas con vértigo hasta que parió lo que tenía que parir: Pitingos de cabra que se aunaron en una gigantesca bosta de vaca hasta desprenderse por fin de su culo, precipitándose al vacío para hacer diana en el agua beige y salpicando entre bambalinas.

Tremenda longaniza se desenganchó por fin para sumergirse en el agua teñida con dos tonos ya próximos al wengué. Che Ché hizo aguas y se limpió el culo con pasta de celulosa después de convertir el agua en chocolate como Jesús convirtió el agua en vino y el pan en peces, sin tirar de la cadena y sin disimular.

En la tapa del inodoro dejó escrito “Es para Drapo”, en color ceniza, a modo de epitafio y en medio de un inconfundible tufo a mierda.

Se fue antes de contar diez en sintonía con Fito: Es la ventaja de irse haciendo viejo. No tengo nada para impresionar ni por fuera ni por dentro.

Che Ché cogió su Paul Reed Smith y se tumbó en el sofá del salón para entonar Heaven Stood Still en compañía de Juan Bateas y dos hamburguesas DoubleChé.


Este texto está dedicado a la gente honesta consigo mismo: Liberad a Willy.
El truño está claro que es para todos los bocas que, como Moncho Drapo, hablan y escriben sin saber de la misa la mitad.
Gracias a OT, a Papito, a Antonia Dell'Atte, a Belén Esteban, a Papa Topo, a Xoel, a Coti y a Pitingo por combatir el extreñimiento de una manera tan eficaz.
Especial thanks to Chema, Juan y Fito... Infinito.
Las Zamburguesas hicieron el resto.

martes, 9 de junio de 2009

GOD DYLAN (Bob Dylan; Together Through Life)


La luz tenue de la lámpara, con pie de plata y pantalla de seda en dos tonos, proyectaba las narices de Charly Zamburiñas y Juan Bateas sobre una de las paredes del salón: prominentes como la estaca de Drácula e inclinadas como la Torre de Pisa.


Yo, desde mi posición, veía sus cuerpos abandonados sobre unos almohadones de color vino, deformándolos a perpetuidad sin premeditación ni alevosía pero con nocturnidad porque ya eran las doce y media de la noche. La estancia era un espacio de calma dictado por el ambiente de taberna sureña y por un equilibrio desordenado que invitaba a la conversación.

Afuera estaba lloviendo muchísimo, hacia abajo como siempre pero de lado por culpa del viento, y dentro rezaba el último trabajo de Bob Dylan: Together Through Life. Su trigésimo tercer álbum de estudio, como la edad de Cristo.

Al darse cuenta de la similitud numérica, Juan encendió un cigarrillo para celebrarlo y rompió el silencio con palabras premiosas:


- Nos podíamos calzar un güisqui…
Charly Zamburiñas se incorporó con celeridad de rayo:
- De puta madre. Voy a por hielo y unos vasos.

De los labios de Juan se desprendía un filamento de humo fronterizo cuando me agarró por el cuello, me llevó por el salón como se lleva un pollo al matadero y me clavó en la mesa de una manera que hizo estremecer todo mi cuerpo.

Me cogió como si me tratase de una gaseosa común y golpeándome en la garganta con el canto de los vasos me precipitó al vacío, en caída libre. Al tocar fondo me deshice en mil gotas que salpicaron sus interiores como la sangre salpicaría un ascensor por culpa de dos puñaladas traperas. Creo que sentí el mismo dolor, dos vasos como dos navajazos, y aun no recuperado lo suficiente me cayó encima el hielo como si fuera una lluvia de meteoritos, con formas puntiagudas y además eran una infinidad. Menos mal que Dylan me tenía presente en sus oraciones con Beyond Here Lies Nothin’, una canción de blues balsámico que me animaba a golpe de acordeón.

- Oye, ¡Eh! Que se echan dos o tres cubitos, no puñales, y se echan antes que a mí, joder. Pon más cuidado, protesté.

La mini cadena reproducía Life Is Hard atravesando la niebla pantanosa que flotaba gracias al tabaco y Juan se dejó caer de manera plomiza sobre el sofá creando un hueco del tamaño exacto de su culo, agarró el mando, subió el volumen con una agilidad que sólo provoca el hábito y me bebió de un solo trago. Con las manos seguía el ritmo marcado por el pedal steel y se abandonó a una canción misteriosamente lenta.

- La voz de Dios debe ser como la de Bob, pensó.
- Es como si cantase Dios, dijo Charly.

Juan esbozó una sonrisa por la coincidencia de su pensamiento con las palabras de Charly y se apresuró a decir: es God, Charly, es God Dylan.

Yo, por mi parte, me embrujé con el sonido de las mandolinas y puse todo mi empeño en deslizarme lo más lento posible por las entrañas de los dos, agitándome al máximo para llegar hasta el último rincón de sus gargantas, empaparles los esófagos e inundarles los estómagos.Cuando empezó a sonar My Wife’s Home Town, fue Charly quien me agarró de nuevo. Me golpeó a la altura de la nuez hasta hacerme gritar y me echó con tal falta de precisión que me desparramó por la mesa. De mi boca se desprendieron un par de gotas del cáliz de mi sangre que acabaron deslizándose por mi cuello y se juntaron a la altura de mis hombros hasta convertirse en una corriente natural de güisqui continuo, en un río que siguió su cauce humedeciendo y manchando mi traje de etiqueta hasta desembocar en la mesa. Además, la mesa era de mármol y sentí frío.

Recuerdo que me enfadé en extremo y que tuve serias intenciones de pasar de ellos, pero no hay quien entienda las cosas del acordeón y del blues y me limité a darles sabor para ir juntos a través de la vida.Y así fue transcurriendo la noche, a ritmo de swing con If You Ever Go To Houston, entre las guitarras distorsionadas de Forgetful Heart y el blues-rock de Jolene.

Cuando God empezó a predicar con This Dream of You, Juan no sabía si estaba en México o en Texas pero sentó el vaso en la mesa y volvió a por mí, esta vez me agarró por la cintura, me alzó ascendiéndome a los cielos y me bebió en forma de beso. Yo no dudé lo más mínimo y le correspondí poniendo los cinco sentidos en ese acto íntimo: me iluminé para sus ojos, susurré para sus oídos, me agité para su nariz, me concentré para su lengua y le acaricié para que percibiese mi contacto.

Durante el recorrido fue como fermentar otra vez y en su estómago fue como volver a mis tiempos de barrica para madurar como God. Me acordé de Descartes: me saborean, luego existo.

La lluvia seguía cayendo pero en forma de blues y me sorbían mientras sonaba Shake Shake Mama, me lamían con la melancohólica I Feel A Change Comin On y buscaban mi complicidad con It’s All Good hasta convertirme en un Whiskey de carretera.

Acabé quedándome dormido justo al amanecer sabiendo que para los que duermen ya es mañana, para los nostálgicos aun es ayer y para nosotros todavía es hoy. Por cierto, mi nombre es Daniel’s, Jack Daniel’s. Nací donde nació Koko Taylor, en Tennessee, me crié con cereales de calidad, pasé mi juventud en cubas de excelente madera y maduré con ellas, viajé a un país desarrollado like a rolling Stone y me instalé en un piso de clase media-alta. Mi espera estuvo desde entonces rodeada de nombres de prestigio y de cristalería fina.

La verdad es que mi vida ha sido relativamente fácil.

sábado, 16 de mayo de 2009

Hasta pronto, Antonio


Me enteré de la muerte de Antonio Vega por culpa de Agustín, un amigo de esos que nunca se irán aunque se vayan para no volver y con el que fui a verle tocar hace cinco meses, pero también gracias a él porque agradecí que me lo dijese.

Al instante, mi corazón se deshizo en tres mil gotas de sangre que salpicaron mi interior como sólo se salpica por culpa de un disparo a bocajarro. Me deshice en quejidos frágiles y seguro que sensibles.

Y aquí estoy, escribiendo con estilográfica y personal caligrafía, in memoriam y a falta de pluma de ave, sabiendo que mañana lo convertiré todo en un impersonal times-new-roman golpeando las teclas del ordenador como si fuese una máquina de escribir de cincuenta y un años de edad, con la cinta bicolor y con ese olor que proporciona la fusión de diferentes sudores digitales, la compañía de innumerables elepés de desván y los jugos gástricos de sus propias entrañas.

Dicen que el dolor nos da las palabras necesarias, pero no las encuentro.

Posiblemente sea mejor permanecer en silencio.

No quiero hablar como los columnistas que escriben, en la mayoría de los casos, porque para ello les pagan y lo hacen tirando de wikipedia sin haber escuchado ni entendido nada de lo que ha sido y nunca dejará de ser Antonio.

No quiero sentirme cómplice de los lameculos que le dieron la espalda y ahora hacen bulto a base de telegramas de condolencia. No.

No quiero ser uno más refugiándome en fechas de nacimiento, en la enumeración de los discos editados, en las titulaciones en negrita de dos o tres canciones por ser las que más venden, en las marrullerías de la sgae (con minúscula) capaces de cobrar un canon por visitar la capilla ardiente de Antonio, en la auto-medalla de Joan Bibiloni cuando afirma que hizo grandes canciones pero no grandes discos salvo Anatomía de una ola por el mero hecho de haberlo producido él, en el malditismo fomentado por las discográficas a base de reediciones y recopilatorios mientras se frotan las manos con jabón lagarto pero cosen bien los bolsillos con pespunte de oro cínico, en las frases hechas de chico solitario y superviviente de mil batallas.

No quiero participar de toda esa basura porque, Señores, ha muerto Don Antonio Vega y no un soplapenes. No ha muerto un Ramoncín, ni un Risto, ni un Quico Alsedo, ni un Pequeño Wyoming. No.

No ha muerto un barriobajero de polla frita, ni un fraude mediático, ni un vulgar mierdas, ni un zafio.

Prefiero el silencio y pensar mientras miro por la ventana.

La quietud hincha el sordo rumor del viento. No hay ruidos a mi alrededor, pero de los árboles que se desparraman hacia lo lejos llegan los acordes mudos de la naturaleza y percibo en la orquestación de ese silencio la gorda mezcolanza de gemidos con que aúlla mi vida, sin sentirla, alargando los minutos. Me anima la esperanza de que el otoño pegue saltos entre el sol incendiado del verano.

Pienso si arriar banderas a media asta pero no las quiero.Pienso si vestir de luto para expresar formalmente el sentimiento de pena y duelo pero no lo veo claro.Pienso si disparar una cantidad infinita de salvas y en entonar un toque de silencio con un yunque de herrero en vez de cornetas.Pienso si cantar una marcha a modo de saeta mientras acompaño al cortejo hasta la inhumación de los restos de Antonio en su última morada.Pienso si desfilar con el alma a la funerala, con el corazón hacia abajo en señal de pesar por su pérdida.

No. Prefiero el silencio y si se tiene que romper que lo rompan las canciones de Antonio hasta vencer la soledad, soleando a solas mientras soleo y alargando las horas.

Se evaporan las formas vagas en el humo del cigarro que acabo de encender, como notas que nadie puede oír, y escribo mientras las lágrimas se convierten en mocos pegados a mis mejillas que se deslizan con dificultad en misterioso zigzag hasta convertirse en charcos coagulados por culpa de la noticia de su muerte. Siento la caricia de la lija y sé que la alfombra se mantiene unida por la humedad rancia que actúa a modo de pegamento y por el sentimiento de tristeza que la invade. Sigo en silencio la respiración de Antonio y me doy cuenta de que si la respiración provoca eco es porque la soledad sobrevuela el penúltimo cadáver.

Si un mayo cualquiera nacieron Sigmund Freud, Salvador Dalí y John Fitzgerald Kennedy será porque un mayo cualquiera murieron Leonardo da Vinci, Nicolás Copérnico y Antonio Vega.

No creo en la gente que muere sin preguntarse alguna vez en vida cómo le gustaría morir porque lo que realmente les aterroriza es el hecho de morir, no de cómo se muera. Aunque les garantizasen morir cómo y cuándo desean, viven con miedo.

A Antonio no creo que le inquietase la muerte porque el mayor éxito en la vida es saber cómo vas a morir y él murió como debe ser: Tomó el sendero sabiendo que se alejaba para no volver.

Prefiero quedarme en silencio, peinando trigo, y ahora tú, no dejes de hablar. Hasta pronto, Antonio.

viernes, 1 de mayo de 2009

Antonio Vega en Abraxas


El 26 de diciembre de 2008, en un local de Mallorca de cuyo nombre me gustaría no acordarme, tocó Antonio Vega rodeado de tres malas compañías: una guitarra que no era la adecuada, un teclado que sonaba como sólo se suena en los hoteles de media estrella y una decoración de horribles guirnaldas made in china propia de Belén Esteban.

Le habré visto tocar en directo más de diez veces pero menos de doce. Me lo tengo imaginado tocando en el Rick´s Café Americain de Casablanca, en el Royal Albert Hall de Londres o en cualquier otro garito que por serlo se supone perfumado con eau de feelings, pero nunca en un establo rodeado de bueyes, mulas y estiércol. ¿Será porque se había anunciado como concierto de navidad?

Si Dylan tuviese que tocar en las mismas condiciones se parecería más a un Bobo que a Bob y Waits se llamaría Tomto en vez de Tom. Menos mal que éramos muchos los nostálgicos que estábamos allí para adorarle y llevarle oro, incienso y mirra.

La primera sensación que tuve al entrar en la sala fue una mezcla de angustia y asco, probablemente por culpa del olor a vaselina de gogós, al momento tuve la segunda, tristeza, porque el ambiente que proporcionaba la sala con su patética decoración era el más propicio para que en cualquier momento entrase Bustamante a pedir una copa, o Bisbal, o Pitingo, o Xoel, o Zac Efron o algún bicho similar.

(Hace muy poco leí que si un padre no sabía que era eso de High School Musical era porque, una de dos: habla poco con su hijo o éste habla poco con aquél. A lo mejor es porque los dos procuran no hablar de gilipolleces)

Cuando Antonio apareció en escena y encendió un cigarrillo, al instante me di cuenta de que en la atmósfera empezaba a flotar un humo que parecía inmortal y dibujaba formas de aura, con una luminosidad azulada. Formaba nubes de un gris que vaticinaban lluvias; las cristaleras con vistas al Paseo Marítimo producían un viento que las movía y la respiración de Antonio provocaba remolinos mientras su cuerpo desprendía un sudor con olor a incienso que ascendía hasta el techo en forma de vapor de agua: La sala tenía su propia troposfera. Bienvenido a la creación, a la quietud y al lento contemplar.

Luchando por la primera fila tiré sin querer un vaso de tubo que, por ser de cristal, sonó como un trueno al impactar con el suelo y se me cayó el pitillo que, por culpa de estar encendido, lanzaba chispas eléctricas durante su caída con una intensidad que parecían rayos. Yo me sobrecogí ante mi fantasía meteorológica y solté un par de joderes, hostias y me cagos en la puta por el desastre. Sonaba una décima de segundo y miré el ángulo formado por él y por mí.

Al final de la homilía sentí que las luces daban la vida sin ser Dios y tuve la enésima oportunidad de saludar a Antonio en un cuartucho del tamaño de un WC de PVC portátil. Los de la ceja aun estarían calculando cuántas veces le había visto mientras yo me despedía con un abrazo de esos que sólo se dan con el alma, de esos que no entienden de idiomas. Lo dan en silencio pero son verdaderos y duraderos, en el tiempo y el espacio, porque el corazón cuando late se escucha a modo de sexta cuerda y se lee en braille gracias a los signos en relieve que dejan sus latidos. Me fui deambulando por las aceras, tropezando con las ideas, sabiendo que soy de donde piso y leyendo su dedicatoria: una vez más nos encontramos en el camino. Hasta pronto. Tu amigo, Antonio Vega.

lunes, 6 de abril de 2009

ven conmigo tú también


Si Xabi Duría estaba llorando era por limpiar y lubricar el alma, porque de la música no sólo le interesaba, como a Lennon, lo que todavía no sabía de ella. No.

Después de sortear dos sillas, grandes y robustas, se detuvo delante del mueble más importante del salón y leyó en los laterales estrechísimos de sus elepés y cedés:

The Beatles 1967-1970; Bob Dylan, Blonde on Blonde; Tom Waits,
- con el dedo seguía la trayectoria de los títulos que leía -
Rain Dogs; Leonard Cohen, Various Positions; Ben Webster,
- cambió de estante agachándose un poco -
Ballads & Blues; The Frames,
- tengo ganas de escuchar Lay Me Down, pensó -
For the Birds; Eric Clapton´s Rainbow Concert
- Joder, con Pete Townshend y Steve Winwood. Buenísimo, dijo, como si se lo estuviese recomendando a alguien y volvió a pensar: Adoro la música -

Y fue cuando rompió a llorar, por limpiar y lubricar el alma, insisto.

Xabi decidió entonces caminar por no formar charco y serían las doce y media cuando llegó al Parque del Comodoro Peryllas, marino de leyenda y figura hercúlea. A lo lejos se extendía una alfombra que aunaba unos diecisiete verdes diferentes por lo menos y junto a él convivían margaritas y rosas.

Sentado en aquél banco de madera sentía que estaba en el infinito mirando el mundo desde el otro lado. Era como si en cualquier momento pudiese aparecer John paseando, como si nada. Allí podría inventar el concepto de la nada si no fuese porque ya se había inventado. Dejó entonces de llorar y se distrajo con una hormiga que se esforzaba por subir a uno de sus zapatos. Creo que era el derecho.

Después de dar unas cuantas vueltas patosas por culpa de los restos de betún, la puta hormiga se puso a trepar por un tronco de tela vaquera hasta llegar a la altura de la pretina. Ahí se detuvo y echó unas carreras alternando un huevo y otro hasta que se fue por donde vino.

Xabi intentó entonces recuperar la sensación de inmensidad que había perdido hacía pocos minutos, antes de empezar a leer los créditos y letras del disco elegido, hasta que vio como se dirigían hacia él por lo menos un centenar de hormigas. Parecían locas insulsas recién salidas de OT pero enseguida reconoció a la de antes - dirigía el rebaño - y miró alrededor. No, esto sí que no lo voy a consentir, balbuceó Xabi. Odiosa multitud, pensó sin balbucear.

Se levantó y se fue paseando hasta los campos de fresas, donde nada es real y no hay nada que temer, lento, muy lento y con Filosofía Barata de Luis Gago virgen de lectura, pero con el alma limpia y lubricada. Yo me voy con él: ven conmigo tú también.